Violencia por no consentimiento, una
nueva definición
Alma Karla Sandoval
¿Por qué las mujeres se lo piensan
antes de decir no frente al acoso sexual en el trabajo?, ¿cuál es una de las
razones por las que ceden cuando las persigue alguien poderoso en el ámbito
en el cual pretenden desarrollarse? No sólo porque salen “ganando”, porque supuestamente
de ese modo conseguirán sin tanto esfuerzo lo que quieren, sino porque mientras
más precarizada esté la víctima, más sencillo será convencerla u obligarla. Eso
lo saben quienes abusan del poder y disfrutan siendo impunes. Sin embargo, algunas
mujeres son firmes en su negativa porque intuyen que, incluso sometiéndose, ciertos
depredadores no cumplirán su palabra, no impulsarán sus carreras, les negarán protección
o de todas formas perderán el empleo.
No obstante ese digno ejercicio, las consecuencias de no hacer “lo que
todas para triunfar” son irreversibles. Leo las palabras de la escritora Lucía
Extsebarria en su muro de Facebook a propósito del caso de la actriz Mira
Sorvino:
A los 28 años Mira había ganado un Óscar, un globo de oro y un premio de
la crítica. Había trabajado con los mejores directores de Hollywood y se
entendía que le esperaba una carrera increíble.
Entonces conoció a Tarantino.
Tarantino era el último amigo de Harvey Weinstein.
Harvey Weinstein se presentó un día en el apartament de Mira y quiso
tener sexo con ella. Ella le dijo que no.
Él le dijo que iba a hundir su carrera y que nunca más trabajaría en
Hollywood.
Dicho y hecho.
De pronto nadie llamaba a Mira
Ella creía que la culpa era suya que no era buena, que fallaba en los
castings, que era demasiado alta, que no era lo suficientemente guapa...
Asumió que ya no iba a trabajar más, se casó fue madre de 4 hijos y se
dedicó a causas solidarias.
En 2017, The New York Times y The New Yorker publicaron
decenas de acusaciones de abuso sexual contra Weinstein por acoso,
abuso sexual e incluso de violaciones. Weinstein fue arrestado y acusado de
violación en Nueva York en 2018. Finalmente condenado a 23 años de cárcel.
Pero nadie iba a devolverle a mira la carrera que perdió.
Las oportunidades que perdió.
Pocos días más tarde, me topo con una nota
del Huffpost que dice lo siguiente: “Tippi Hedren ya denunció en sus memoria el acoso sexual que había sufrido por parte de
Alfred Hitchcock en los sesenta, pero ahora su nieta, Dakota Johnson, ha revelado cómo el mítico director arruinó la carrera de
su abuela.” Pues sí, la rubia de la famosa película Los pájaros (1963) fue
de las musas del maestro del suspenso quien le ponía las manos encima, “fue sexual,
fue perverso. Cuanto más luchaba contra él, más agresivo se volvía”, se puede
leer en dichas memorias de la entonces joven actriz. Ese acoso duró años hasta
que ella ya no pudo más, entonces Hitchcock la amenazó con arruinar su carrera.
Lo consiguió.
Hedren cuenta
que no denunció en su momento porque el acoso como término no existía en los
sesenta. Supongo que abrir la boca era impensable. Pregúntele a Elena
Poniatowska confesando varias décadas después haber sido acosada por Juan José
Arreola con la consecuencia, también irreversible, de un hijo y el silencio que
la escritora guardó casi por siempre. Aunque la carrera de esta autora no se
vio afectada, el dolor de no poder revelar la identidad del padre de su
primogénito fue un peso que no le facilitó la vida.
Esos casos,
dirán, abundan, “no son nada nuevo”, como si normalizándolos casi por costumbre
o tradición siguiera surtiendo el mismo efecto: tapar la cloaca para que ningún
mal olor nos incomode. Afortunadamente avanzamos reconociendo el hedor de las
alcantarillas y por eso ha llegado la hora de hablar de la violencia por no
consentimiento cuya máxima expresión puede ser el feminicidio. “No serás mía o
no serás de nadie”, palabras que pueden sonar a línea de telenovela, pero no en
países como México.
Alejándonos
de ese extremismo, las repercusiones del no de las mujeres si bien no las
desaparecen de la tierra, sí logran borrarlas del mapa del éxito profesional o dificultarlo. Sobre
todo en campos laborales donde las cuotas de género aún no se concretan o se
simulan con mujeres patriarcalizadas al frente de las organizaciones. Hollywood
ha sido el caso emblemático cuya impunidad rebozando dólares, sexo, drogas y machismo
dio pie al #MeToo, un movimiento muy atacado al principio desde el promontorio
de resistencias acalladas por el alto número de denuncias y su proliferación en
otros ámbitos a nivel mundial. Nada pudieron las francesas intelectuales frente
a esa avalancha, mujeres que dijeron querer seguir siendo deseadas (de cualquier
forma) para no sentirse víctimas. Tampoco nada consiguió el libro sobre el acoso
de Marta Lamas, el cual pasó a mejor vida luego de tristes reseñas. Nada porque
las denuncias no se detuvieron. Luego Las Tesis señalaron y persuadieron de señalar
a los violadores de este mundo. Pero aún falta hablar de las consecuencias de
esas vejaciones, ¿cómo han repercutido?, ¿son parte de los suelos resbalosos
que no permiten a las mujeres pararse con firmeza en sus empleos?,
¿de ahí que opten por la “seguridad” de un matrimonio antes que por el riesgo de
un trabajo?,
Ahora que se guarda menos silencio, por lo
cual ojalá se abuse en menor medida, lo que llamo violencia por no
consentimiento es un mecanismo del que no podemos apartar los ojos, ya que
también opera con la complicidad del entorno social. El derecho de pernada es
quizá su antecedente histórico. La joven casadera del burgo convertida en
cordero que se ofrenda, antes que a nadie, al señor feudal, al hacendado, al
productor de la película, al director de la empresa o al jefe que sigue en la
cadena de mando. Un cordero para expiar otras culpas. Un contrato donde el bien
que se compra o se vende no posee derechos ni obligaciones.
El cuerpo como producto que no piensa ni siente, sólo importa porque hace o no eyacular. Ante esa cosificación protesta quien dice no, “¡te dije no, pendejo, no!”, “¡mi cuerpo es mío, tengo autonomía, yo soy mía!” proclamas de la protesta feminista, de esa revolución que se instala sin triunfo al cual se oponen las clases acomodadas en los países de primer mundo. Padres que se escandalizan cuando las hijas protestan ante cualquier viso de desigualdad con sus hermanos. Maestros, academias, gobiernos que prohíben el lenguaje inclusivo. Escritores que aseguran que no se puede forzar un cambio, pues este requiere más tiempo como si la revolución pudiera esperar para mañana. Intelectuales que se precian de serlo mostrando los 32 dos mil volúmenes de su biblioteca, como Arturo Pérez-Reverte, y quienes actúan del mismo modo que el guardián de la puerta de “Ante la ley”, ese cuento de Kafka.
El problema con posponer la transformación es de índole sádica. Saben que el poder está de su parte y no les importa convencer, sino ganar confundiendo, enrareciendo el ágora, on u off line, argumentando con dudosa solvencia ética e intelectual. Saben que cuando mujer dice sí o no, da lo mismo, igual se las verá con la cara macabra del patriarcado. Ahí palpita el corazón de la violencia por no consentimiento, en sus implicaciones en nuestra vida futura, en el “da igual” porque si alguien poderoso quiere impedir el avance en tu carrera, lo logrará si trabajas aislada, sin ayuda y en silencio. Es el juego del calamar de las mujeres e insisten en no grabar para nosotras una segunda temporada.
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