El ministerio de la amistad y sus derrumbes
Alma Karla Sandoval
Al deconstruir el amor se revelan sus falacias. Cuando se le despoja del apellido romántico, se politiza y entonces
desaparece tal como lo entendemos. La amistad, no obstante, se ha polemizado
poco. Si dijera que todos les amigues son política ficción, que no existen porque
al igual que los amores son envestiduras sobredimensionadas, trajes que
confeccionamos para personas menores en realidad, pues son gigantes en nuestro
deseo de que sean, de que su estatura alcance todo aquello que exigimos
dulcemente; de seguro terminarían de lapidarme igual que a las feministas de
los setentas, cuya frase: “Lo personal
es político”, sí aceptan esas mismas voces que deconstruyen el amor, pero cuidado
y les toques la amistad en cuyo nombre exigen lo imposible.
Jacques Derrida, en su prontuario Políticas
de la amistad, aclara que incondicionalidad y desinterés son pilares de ese
contrato tan difícil de cumplir al pie de letras utópicas. Así como nos enamoramos
de quien se nos parece mucho porque habla el mismo idioma, literal y
simbólicamente, o de personas que quisiéramos ser; también solemos separarnos a
causa de que “somos muy diferentes”, “no hay futuro posible entre los dos, no
entendemos el mundo igual”; nos distanciamos de amistades porque nos sentimos
traicionados al no obtener la reciprocidad bajo las lógicas mercantiles del
apoyo incuestionable. Se llega incluso a neojerarquizarla (lo cual ya de por sí
podría ser peligroso) sosteniendo que la amistad es más fuerte que el amor
porque sí es para siempre, que un hermano es un amigo que elegimos, que sabes que
tienes una amiga porque te ayudaría a esconder un cadáver, que no te critica,
te acepta tal y como eres, que “no te ataca” tal y como, ¡oh, gran noticia!, sí
lo hacen las y los hermanos, nuestros primeros grandes enemigos, Caínes todos porque,
claro, nosotros somos la versión de Abel.
No le hablo a mi hermana. Por eso he
pensado mucho en escribir este texto. Tengo muy pocos amigos. Pienso en Juan
Villoro al definir a Roberto Bolaño de esta manera: “Él era muy difícil como
amistad” y me imagino escritora echándole la culpa a esa profesión. He pensado
mucho en escribir estas páginas, decía, porque problematizo hasta el café sin
azúcar de cada mañana tratando de entender si fue un ademán mas lagañoso el responsable
del sabor del lunes y no del martes. Lo que faltaba, por supuesto, era meterme
con la amistad, revelar hasta qué punto descreo de ese vínculo o en qué
términos la entiendo más soportándola o sobreviviéndola que cultivándola (gran
cliché).
¿Para qué problematizar este tema?,
¿por qué es el fármaco que nos salva?, ¿el ungüento para las heridas?, ¿la
fuente del lubricante de las decepciones?, ¿la compañía última?, ¿el capellán
con santos óleos frente a todos los muertos de nuestro amor en vida destrozado
porque como apostilló Idea Vilariño, “ya no te veré morir”?, ¿por qué mancillar
esa cuestión como Derrida de quien en ciertas academias o tertulias rancias siguen
sospechando? Primero, porque nos
recomiendan tener “un millón de amigos”, al menos eso es lo que quería Roberto Carlos
como si en el número radicara la panacea para poder cantar desafiando a la desdicha.
Segundo, porque con los años ya no sé si me creo lo que Ernesto Sábato afirmó
en La resistencia, ese libro que fue un arcángel tutelar en mi formación
literaria que luego tuve que derrumbar al descubrir que los otros no siempre
nos salvan, sino también nos destruyen y que les amigues no siempre lo son
porque máscara es personae. Tercero, porque no hay amistad, sino pacto,
acuerdos que no se pronuncian. Quiero decir, lógica más de secta que de seres
humanos con pensamiento crítico, contradicciones, inteligencia para mal de la
felicidad que nos imponen, un modo de estar en el mundo que debe ser fácil, sin
complicaciones, relajado, aseguran. Aquí es donde cito a Estalisnao Zuleta por enésima
vez en la vida cuando quiero justificarme o tratar de que no me importe sentir
que no soy lo que se dice una buena persona desde los mandatos patriarcales, capitalistas,
cristianos o de forever buena onda, esa gente tranquila,
con la que da gusto estar:
La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una
manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces
comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida
sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto
también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una
eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos
afortunadamente inexistentes. Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas,
si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros propósitos y de nuestros
anhelos en la vida práctica. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia
cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el
ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de
las soluciones definitivas. Puede decirse que nuestro problema no consiste ni
principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos,
sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la
frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear.
Eso, perseguir reconciliaciones
totales, aunque toda victoria provenga de ellas, según María Zambrano cuando pensó Hacia un saber sobre el alma. Eso, soluciones definitivas ante lo que muerte y el
tiempo nos roban, ante las camadas muertas que insistimos en seguir alimentando.
Eso, la amistad convertida en último recurso es otra de las razones de mi
nerviosismo cuando trato de acariciar el tema y me salen garras que trato de
hundir poco a poco porque si voy a hacer daño, que sea como siempre lo repito,
desde la parte menos caliente del infierno. La lucidez posee la peor prensa en
tiempos de borregos convencidos por los lobos de sus hakunas matatas, lo
que pedimos de esos cooperantes en el esquema de Greimas de nuestras narrativas
no es que nos confronten o nos dejen solos con nuestros aprendizajes, con esas
mismas garras que deben crecer para protegernos cuando atravesamos la selva. No
afirmo que la vida sea solo oscuridad, combate, desgracia o que debamos estar
alertas cada segundo con los puños apretados o mostrando los colmillos. No. Sin
embargo, el trabajo de equilibrar nuestra potencia deseante puede ser que nos
sea útil. Otra vez Zuleta:
Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante,
compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a
cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y, por
lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una
sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer
efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una
monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una
filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una
doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca
han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido.
El amor es un caudillo atroz, intuyo
que ya lo padecieron. Subrayo la idea, pues se trata de politizarlo. Va desnudo
como un rey que no acepta su estulticia o soberbia. Desnudito como un bebé.
Ciego como un ciego resignado. Flechador. Cazador asesino de elefantes, tigres,
rinocerontes o leonas. El amor, esa cosa oscura. La amistad, sin muchos
contrastes de por medio, exige la ofrenda de la afinidad y la comprensión,
aunque sabemos que no estamos entendiendo nada, aunque a la típica pregunta:
¿tú qué harías en mi lugar?, quisiéramos responder que todo lo contrario, pero la
amistad, contractualmente, también demanda hipocresía, “rapidito y de buen modo”,
sin los cortes brutales de la franqueza, sin las palabras que para no traicionarme
debo pronunciar, pero que si las menciono, pierdo a mi amigue, lo o la lastimo
tratándola de sacar del huevo donde se protege con todo el derecho. Entonces
mentimos por respeto a la pus de sus heridas o a la permanencia del vínculo. De
lo contrario, no tendré a quién me preste dinero, me escuche cuando otro amante
me vuelva a dejar por las mismas razones. Por si fuera poco, una persona asocial
es considerada enferma, porque no es “normal”, porque nadie en este mundo,
según la propaganda neoliberal y el consumismo de las relaciones líquidas en
sociedades del cansancio, en medio de gente que dizque se autoexplota, puede
vivir sin amigas o amigos. Como animales sociales hay que aprender a andar en
manada. Sobre todo, en tiempos de pandemia porque podemos enfermar y entonces,
¿quién te llevará la sopa?, ¿quién preguntará cómo sigues?, ¿a quién se le
quedarán tus bienes?, ¿quién va a llamarte en las noches más oscuras que son
perras solas y en celo? Detestamos esas preguntas porque poseen el filo del
lugar común, el que se encaja. Responder que nadie es un escándalo, el peor de
los castigos ya que no te asustó un idilio con sombras, no aceptaste esa
relación que te exigía luchar o crecer, admitir el cambio, aceptar la libertad
del otro de marcharse o de quedarse, de ir y venir, de contradecirse, de hacerse
daño hasta que aprenda a parar, si puede, si lo decide, por su propia cuenta.
Como vemos, existe algo de adoctrinamiento
en la amistad, de dogma, de consumo de la atención y la ayuda. La gente con
muchos amigos es muy bien vista. Confiarse a esas redes, sumar contactos es una
estrategia de éxito mercantil, o sea, de felicidad que no se deconstruye porque
hacerlo va en contra de sí misma. Pensar, bajo esa lógica, implica ser desdichados.
“Se trata de sentir”, dirán los defensores de psicologías dudosas pasándose por
el arco del triunfo los latidos del cerebro o las razones del corazón, esos
cruces, esos entres, esas resistencias ante de lo bueno y lo malo, lo blanco y
lo negro, bobaliconadas que a muchos de les dan para vivir. Por ello no sé de amigos
sin grises ni contradicciones que asuman, es más, que defiendan para decidirse por
un color que nada tiene que ver con los extremos o si recaen en una antípoda, analizarla.
Tampoco la amistad lo puede todo. No
es eterna ni debe esperar algo a cambio o darlo desde la obligada reciprocidad
que chupa. Adorable diosa vengativa, demanda hasta insomne. Es un pequeño monstruo.
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