Feminismos del reencantamiento
Alma Karla Sandoval
Carmen Conde,
poeta española, diseccionó la rebeldía de las niñas vegetales en su olvidado poema,
“Tratado de botánica”, el cual nuestros feminismos del reencantamiento
desentierran:
A
mí me educaron para ser una niña vegetal. Quieta, callada. Sin opinión ni
discernimiento. Frágil, ornamental. Con una raíz tan fuerte que crecí aferrada a la
misma porción de tierra. Con un tallo delgado dividido en partes. Y aquí, cerca
de la cabeza, justo dentro de los pétalos, en el lugar preciso en el que tengo
el estilo. Mi estilo. Mi madre. Mi madre natura. Mi madre natura hizo que me
creciese el estigma.
Como sabemos, si nos asomamos
a los nombres de la parte de una flor, el estigma es lo que sobresale, la
antena, digamos, para ser más claras. Esa herramienta anatómica es propia de
las capacidades del devenir mujer-naturaleza que se opone, desde la intuición
de su destino ornamental, callado o solo biológico, a la dinámica performativa
de nuestros desplazamientos ciberespaciales. Nada se pierde, dicen, solo se
transforma. La margarita con su “me quiere, no me quiere”, desde los candados
sangrientos del amor romántico, es también la duda inoculada de todo aquello
que intentan las mujeres en un ecosistema falogocéntrico-extractivista-psicópata
en tanto que epistemicida, pues arranca la potencia y el color del amor propio
con un “puede, no puede”.
Está claro que la palabra de una
mujer no se le concede el mismo valor que a la de un hombre; no se escucha
igual, no se paga con el mismo sueldo, no se lee ni se interpreta sin
prejuicios. El editopatriarcado aniquila la escritura de las mujeres con
sofisticadas técnicas fáciles de enumerar, a decir de Joanna Russ: “No lo
escribió ella, lo escribió, pero no debería haberlo hecho, pero fíjate sobre
qué escribió, pero solo escribió un libro, pero no es una artista en verdad,
pero no es auténtico arte, de seguro alguien le ayudó, de todas maneras, resulta
rara, una anomalía” y de esa forma el
saber eurocentrado, colonizador, calma sus nervios, minimizando desde la
ginopia del que no ve miles de fosas comunes México ni la necroescritura que
como un río subterráneo que busca la vida, fluye ocultándose, puesto que persiste
un latido sobre esos campos que el fuego devorador de cadáveres arrasa. Cae la
lluvia y miles flores pueblan otra vez esos territorios de muerte. No adornan
por adornar, no se trata de una estética fortuita. Su signo es el de una
bioescritura que reencanta el horizonte para avivar la memoria histórica más
allá de sus falacias.
Nos referimos a una magia que
regresa tal y como lo enuncia Silvia Federici cuando llama a reencantar el
mundo, es decir, a revalorar la capacidad que los seres humanos de otras épocas
tuvieron, una fuente de autonomía que el capitalismo tardío insiste en aniquilar. Por ejemplo, descubrir propiedades
medicinales en las plantas y las flores, obtener el sustento de la tierra,
vivir en el bosque, guiarse por los astros y los vientos a través de caminos y
mares. Los navegantes polinesios podían llegar a la orilla sorteando noches muy
cerradas o tempestades, leyendo las olas del océano. Igual que las feministas
quienes no separamos una de otra, que solemos bracear, en palabras de Francesca
Gargallo, por esos mares de resiliencia, affidamento, solaridad y la mismidad
recuperada que no nos permitía apropiarnos de nuestras libertades en primera
persona.
El lenguaje es enraizamiento.
Cuando es maleza forma círculos sagrados, significantes que, si se apartan del
mecanicismo deseante hiperconectado de la vida que persigue el poder para
vacunarse antes que los otros, lo recupera desde la supervivencia entre los
comunes. El colonialvirus, como ha sido llamado, atraviesa difícilmente la
espícula de colectivas que se protegen desafiando el confinamiento donde las
violencias hacia las mujeres son un espeso caldo de cultivo que mata arrebatando
aire. Por tanto, la lucha feminista no es una revolución pasada de moda, como asegura
Alma Guillermoprieto, sino también la búsqueda de una nowtopia del pensar y el
hacer desde el cuerpo de la mujer clitoriana, esa otra flor que se abre al
centro, ahí donde la enfermedad, la angustia, el miedo a las y los otros, nos
resecan, nos dividen.
Por fortuna, hay primavera,
pero solo para quien se decide o puede mirarla más allá de la contemplación,
para quien la defiende de los intentos de deslegitimar, de criminalizar la
protesta ante a los feminicidios, la violencia sistémica o nuestra
precarización. Según la CEPAL, en 2019 solo el 43 por ciento de las mujeres en
México tenían una ocupación pagada. Por si fuera poco, el gap salarial es del 19,
cuando la media global es del 13. Esto sin contar la guetización de los
estudios de género y qué decir del feminismo al interior de las universidades,
el acoso sexual normalizado, la impunidad frente a la persecución, el olvido o
desprecio ante la digna rabia de las madres que buscan a sus hijas e hijos, la
manipulación del discurso introyectado socialmente que deriva en una estigmatización
burda y procaz tildando de violentas o desviadas a las jóvenes rebeldes, las
que más brillan.
Mención aparte la violencia
que sufre no solo la ama de casa o sierva sexual sin pago, la empleada, la
candidata a un cargo de representación popular ante realidades que disculpan a
violadores y los encumbran políticamente volviendo, otra vez a las mujeres
botín de guerra, pero como eso no basta, hay que secuestrar su movimiento sin
importar la bandera del partido político, expoliando así su valor. Desde
cualquier punto cardinal, el patriarcado pacta con lealtad indestructible y de
esa forma asesina deteniendo el verdadero progreso o las transformaciones de
humo que nos venden. Lo peor es que las compramos desde la indefensión
aprendida de la subcultura del fraude, la simulación o el delatorismo de la
flor que traga músculos, fake pseudofeminista, cuya tecnocracia, acuerdo
neoliberal, asepsia rosa y púrpura, nos va despetalando. Cooptación no es
sobrevivencia porque no es verdad que nos quieran vivas, ganando lo mismo, gozando
de una igualdad que de sustantiva no posee ningún predicado.
No conformes con seguir siendo
cómplices, en el espacio público, del sacrificio de doncellas que se ofrecen a
los señores de la muerte, algunos tlatoanis insisten en que debemos renunciar a
nosotras mismas en el espacio privado con la abnegación de quien no es
protagonista de su historia. Nos cortan las alas o dejan sin corola
adoctrinando desde macabras pedagogías para las cuales siempre habrá
presupuesto. Insisten en que la cadena es para nosotras y la rosa en el ojal
para los hombres que abusan de sus privilegios. Por ende, es necesario que
ellos a aprendan a ocasionar heridas o traumas indecibles de los cuales ellas no
se recuperan.
Sin embargo, las flores
reinventaron la existencia en el mundo, trajeron proteínas, aminoácidos. A
decir de la misma Carmen Conde, trajeron nuevas formas de energía, perpetuaron
la supervivencia de otras especies. Incluso existen humanos porque una flor se
quedó quieta, callada, haciendo sutilmente sin que nadie quisiera admitir que era
importante mientras se abría desde el alma del pistilo, donde se vence con
fuerza al tiempo de la historia porque la cambiamos, podemos sobrevivir a su
barbarie, lo hemos hecho juntas. Somos
la floresta no domesticada cuya relación con el subsuelo nos permite sostener
la vida. Nos nutrimos con lo que ha quedado de las osamentas, preservamos la memoria
y nos movilizamos desde la doble o triple indignación.
He ahí la estética hechizante que
nos mantiene unidas. Reencantamos el mundo desde una racionalidad que se opone
a la tortura. Somos la fuerza de la floración online que no detienen. Libres, selváticas, todo, absolutamente todo,
lo que habían planeado para nuestra siembra, riego y cosecha, les salió mal.
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