Ella no es George Floyd

 

Ella no es George Floyd 

Alma Karla Sandoval



El alarido mientras la someten nos dice poco. Ese crimen en plena vía pública, presuntamente perpetrado por cuatro policías de Tulum, da fe de nuestra indolencia. México, no nos hemos cansado de repetir, es una nación feminicida. Y si no lo creen, miren y vuelvan a mirar el video. La actitud de los elementos de la fuerza pública es similar a la que tienen los matarifes en los rastros. Esposada, torturada en el piso, la mujer no alcanzó a ser trasladada en una patrulla a quién sabe dónde la llevarían antes de a una celda como si se tratara de un cerdo. Después de todo, ya antes lo había dicho Erasmo de Rotterdam: “La mujer es, reconozcámoslo, un animal inepto y estúpido, aunque agradable y gracioso”.

Al Fuenteovejuna simbólico, pero también literal, se suma esta frase: “Ya no se mueve” que se escucha en los videos. Cuatro palabras que dice la gente alrededor, transeúntes del sábado por la tarde, quienes contemplan a la usanza del coliseo cómo los agentes movían el cuerpo inerte y terminaron subiéndolo a una patrulla. A ojos vistos, sí, porque acá es posible secuestrar a una joven a la hora que sea en el metro de Ciudad de México, pues a las mujeres no se les cree a la primera cuando piden auxilio o denuncian, tampoco se les otorgan los mismos derechos, así que no nos hablen de igualdad sustantiva porque no existe la de trato. No nos aseguren que el panorama está curándose, que el feminismo es de derecha para deslegitimarlo o que nuestro estatus de vida ya es equiparable con el de un hombre. No nos vengan con ilusiones ópticas emancipadoras o masturbaciones postestructuralistas de espesa ralea crítica que también son ciencia ficción. No nos doren la de por sí chamuscada píldora porque tanto esos discursos como los mandatos patriarcales de misoginia, desprecio, de deshumanización de los cuerpos femeninos son introyectados por los cuerpos de autoridad delante de turistas que hacen de todo, pero que hablan inglés, traen dólares, orinan donde se les pega la gana, compran la carne que se les ofrece, la droga más barata y nadie, absolutamente nadie, se mete con ellos, abusen de quienes abusen.

Y aunque Victoria no es George Floyd porque no habrá manifestación que valga, ya que la vida de las mujeres aquí no importa; ni protestas que sirvan en un país donde niñas de dieciséis años cargan el ataúd de Wendy, una joven desaparecida en Xonacatlán, Estado de México, mientras gritaban a todo pulmón: “¡Ni perdón ni olvido, que encuentren al asesino!”, con esa rabia justa, con ese dolor que dignifica cuando le crecen alas;  aunque ella no es George Floyd porque el color de su piel no llega a ser tan oscuro ni es hombre ni indigna, ni nos duele como debería el hecho de que esté muerta porque no somos capaces de tomar medidas más drásticas, tal vez  desde el desvalimiento aprendido o el síndrome de Estocolmo que desde hace ya casi treinta años padece la sociedad mexicana a golpe de feminicidios; aunque ella no es estadounidense, aunque la aprehendieron viva y muerta la regresaron, retemblará en su centro la tierra que somos, esa genealogía de las sobrevivientes memoriosas. 

No, no murió, la mataron frente al mundo. 

 

 


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