Aparece con un papel en la mano que suelta pronto. La voz ronca, exhausta de siete meses y lluvia. Toma aire, habla de libertad para los jóvenes, de la política del amor, de la justicia social y ambiental, de la paz como un gobierno de la vida (y algunas lloran cuando le da el micrófono a una madre que exige justicia para su hijo asesinado entre la marea de las protestas, por otros entre los falsos positivos). Aclara que no habrá persecución, sino pluralismo, que los diez millones que votaron por Hernández tienen lugar de su lado. No pronuncia el término "unidad", pero sí menciona los acuerdos nacionales, las reformas (y llega un Mockus avejentado a esta cita con el triunfo), también agrega que habrá que desarrollar el capitalismo "no porque lo adoremos, ojalá democrático" (y algunos silban), las nuevas formas de "relacionamiento de la humanidad a partir de las nuevas tecnologías", de redistribución sin extractivismo (y vuelven a aplaudirle). Luego le dice al mundo que Colombia quiere ponerse al frente de la lucha contra el cambio climático, de una economía descarbonizada. Llama al diálogo que salve a la humanidad (y comienzo a preocuparme porque esto suena litúrgico). Después le propone a América Latina una integración decidida, comenta que ya no hay que usar la palabra raza, que debemos pensar en una América Latina desde sus raíces indígenas y afroamericanas, a los progresismos de esta región les propone pensar que se puede construir alrededor de la agroindustrialización, "una América Latina que profundice el conocimiento hasta las máximas esferas del saber de la humanidad" (y me asombra esa manera de tejer un discurso conectando ideas con otras que no sé cómo se pueden concretar), "una América Latina que le grite al mundo que llegó el momento de cambiar para poder vivir... "¡Sabroso!" (completan la frase desde la tarima y Petro abraza a Francia). Casi al último vuelve a agradecer el apoyo, el día histórico, "me lo soñaba de vez en cuando"(y vuelven a gritar que sí se puedo). Lo que sigue es afirmar que los sueños se realizan, de justicia, de igualdad, de libertad (y creo que el discurso debe acabar porque comienza a dar vueltas). "Libertad para que nunca más un gobierno asesine a sus jóvenes, para que nunca más una política económica le quite la comida al niño y a la niña, para que los sueños puedan ser, para que una democracia aquí se pueda construir, para que una república sea posible, una democracia sea profunda, una democracia multicolor, de los hombres y las mujeres verdaderamente libres" (y de nuevo más arengas en nombre de lo que llama una "potencia mundial de la vida"). Cierra como en un acto de campaña que ojalá sea el final de esa búsqueda del voto: "¡Me llamo Gustavo Petro y soy su presidente!
Todos los mares llevan a Virginia Alma Karla Sandoval Querido Leonard: Esta es la carta que no encontrarás, dejé una donde te digo que sólo pude ser feliz a tu lado. Así debía ser para honrar tu compasión, tu fuerza ante las voces que ya no podía dejar de escuchar o las visitas del mismo arlequín que veo por las mañanas en el pasillo de la biblioteca. Sí, querido, debía decirte algo más bello que una frase con la cinta de la gratitud antes de tomar la decisión, de negarme un nuevo otoño con castañas y hojas de oros tristes, ambivalentes, para la nieve de enero. Tenía que ser cortés en aquellas frases, escribir para tu calma. Mi realidad es otra. Cada segundo trae consigo un poco de mal. El tiempo no es bueno y la vida que él nos arranca con todo y sus días luminosos, nunca nos compensa. Ay, Leonard, fuiste necio. Ayer te vi llorar porque hace mucho que no quiero recibir a nadie ni comer normalmente. Pero por la tarde me reconfortó ver la mirada de la enfermera Loise que h
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